Las personas nunca son lo que parecen. Nunca son lo que pintan ser. Cambian de la noche a la mañana, por conveniencia, porque se cansar de fingir lo que jamás fueron. Y duele, cuando realmente te ilusionas con un personaje que jamás fué ni será real. Cuando consideras a una persona tu amiga(o) y de pronto te traiciona de la peor manera. Van contra ti con todas sus fuerzas y te despedazan los sentimientos como leñador a un árbol. Sin escrúpulos. Con quien contabas ya no está y jamás estará y siempre en el peor momento suceden cosas como estas. Solo te queda dejar que el tiempo pase y sane tu herida. Aprender, entre muchas cosas la lección, pero ya no eres la misma de antes. Todo cambio. Una barrera que duramente se forjo con el tiempo y que difícilmente podrán saltar. Entonces, en ese momento llega quien se merece todo de ti. Sientes que lo amas, que es todo lo que necesitas para ser feliz, pero tu propia barrera, tus principios, las heridas, no dejan que muestres lo que realmente eres y quieres ser para esa persona. Porque se lo merece, pero el miedo es más grande y de pronto, te das cuenta que a la persona que realmente amas, quien se merecía tu todo, se fué, y allí quedo. Lloras mares. Te culpas y despedazas por ser horrible y sin sentimientos. Cuando realmente si los tienes, pero una vez le fallaron y dolió tanto que ya no soportarían de nuevo una herida más. Están ocultos por alguna parte de tu cuerpo. No lo puedes controlar, y aunque sabes que eso no debe frenarte a nuevas posibilidades, es casi imposible. La barrera crece y el orgullo también.



Debemos ser muy cuidadosos y saber a quién entregarles nuestro corazón.

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